Por Luis Lopez
El proceso cultural de los pueblos circunda
sobre el objetivo de conservar las prácticas que como herencia van pasando a
las generaciones venideras, a fin de mantener la armonía y el control dentro
del respeto familiar de una sociedad en particular.
Había llegado la noticia de su fallecimiento en
un pueblo lejano, unos cuantos pudieron asistir, los demás no estaban
preparados, son casos de fuerza mayor, cumplir “sin compromisos”, es una
situación difícil, pero ahí se olvidan las diferencias, el rencor y la apatía,
cualquier pérdida humana tiende a desgarrar el corazón.
En el pueblo iniciaron el proceso para asistir
al último rezo de los nueve días, se coordinó con el dueño de una máquina, para
el transporte del grupo que iría para cumplir, era necesario salir de
madrugada, al pueblo donde iban a cumplir quedaba en otra provincia. La ropa de
luto era imprescindible, una falda negra con una blusa blanca y zapatos negros
con media de nylon, la ropa de color no era para asistir a un rezo, era una
ofensa y una demostración de insensibilidad presentarse así frente a una
familia que había perdido un ser querido; por su parte la mayoría de los
hombres llevarían pantalones bien
almidonados y camisas, de colores claros, casi siempre manga larga, además de
los zapatos bien lustrados.
Llegado el octavo día se inició la coordinación
para el viaje, había que prepararse, la salida era a las cuatro de la mañana,
por tradición el rezo empezaba a las ocho, esa noche pocos de los viajeros
durmieron, algunos realizando los preparativos de la ropa que debían usar, plancharla
y verificar si le faltaba algún botón, otras al ser prestada tenían que cogerle
o soltarle para que se ajustara a sus cuerpos, era una noche de murmullo y
movimiento, algunos muchachos fueron beneficiados con el viaje, para esa época
viajar era casi imposible, pues se hacia casi siempre por necesidad no por
placer.
Las cuatro de la mañana del noveno día, la
mayoría estaba en el punto acordado, el transporte pasó a recoger a otros con
bultos, porque tenían que llevar regalos en víveres a familiares o parientes
que vivían en ese pueblo, “pocas veces iban con las manos vacía”, arrancaron a
la hora acordada, no falto nadie, las mujeres se entregaron al creador para que
los proteja y acompañe en el recorrido.
Fue un trayecto mas de silencio que de
comentarios, el fallecido era alguien que había procreado varios hijos con
diferentes mujeres, de alguna forma existía una relación familiar o de amistad,
además de tener algunos compadres por el bautizo de alguno de los hijos;
cualquier conversación se hacia en voz baja, por respeto.
La carretera polvorienta con muchos altibajos
denotaban la escasez del tránsito vehicular por esa zona, en la orilla se podía
notar las malezas chamuscada por el paso de los animales de cargas y las
pisadas humanas; fincas de sembradíos inciertos con escasos árboles frutales.
El trayecto demostraba que la abundancia de esos pueblos era como fantasma que
se asomaba en algunas remotas circunstancias.
Entraron al pueblo, sus calles desformes y
accidentadas de piedras blancas incrustadas señalaban que eran contadas las
veces que algún vehiculo visitara el pueblo, casas de maderas de palma en el
centro y en el área periférica de tejamanil; los árboles eran escasos igual que
las cercas en las viviendas. Se podía observar el humo de leña que se elevaba saliendo
por los tragaluz de los techos de las cocinas cobijadas con hojas de cocos y
techadas con troncos, una puerta acostada hacia un lado era la única entrada y
salida; fogones en piedras hecho en los patios desiertos.
Sus gentes, rostros de piel clara y pecosa,
pelo rubio lacio, observaban con sonrisa de humildad y tímida alegría el
transporte de los visitantes, niños descalzos, sin camisa y pantaloncitos
cortos de colores indefinidos cubriendo la dignidad de sus cuerpecitos, abdomen
salientes, sus caritas aún no abandonaban los residuos del sueño, igual que sus
pelos revueltos.
Un macuto, un calabazo con agua colgando del
hombro izquierdo, un machete amarrado a la cintura, ropa de trabajo impregnada
con colores de manchas de la vegetación del campo, sombreros de alas caídas por
el peso del tiempo que alguna vez recibieron de regalo; eran personas que se
dirigían a sus lugares acostumbrados de trabajos, quienes levantaban su sombrero
en señal de saludo y respeto a las personas que se dirigían a los rezos,
sobresaliendo de sus calidas sonrisas los disparejos y amarillentos dientes.
Algunas señoras con escoba en manos dirigían sus miradas hambrientas hacia los
nuevos visitantes, levantando sus manos para enviar su saludo hospitalario, y
sonriendo al ver algún rostro conocido.
Al frente del transporte se divisaba un tordo
de viejos sacos incompletos cosidos a mano, levantado sobre varas cortadas en
el monte, sillas de guanos colocadas bajo las sombras de los viejos bohíos y
debajo de la improvisada enramada, algunas mesas de madera fabricadas de forma
rústica para el entretenimiento de los visitantes. De la parte trasera del
bohío salía el humo de leña quemada, donde grandes carderos colocados sobre fogones
de piedras improvisados, hervían bajo el cielo abierto, uno de ellos producía
aromáticas burbujas de café tostado y molido por las señoras del pueblo, conquistando
el olfato de los visitantes, y debajo de una enramada varias mesas con manteles
en cuadros de un azul apagado, alineadas para colocar lo que iban a distribuir.
El vehículo se detuvo frente a la casa, los
visitantes fueron bajando despacio, algunos bajo el dolor fueron recibidos con
un cálido abrazo por algún conocido, parientes o familiares; en una habitación
de la casa habían dos mesas contiguas cubiertas con manteles blancos, varios
cuadros de santos descansando sobre la mesa y la pared en plegaria sobre el
espíritu del fallecido, unas velas colocadas sobre botellas decoradas con papel
con palpitante luz movida por el viento, sentadas frente a la mesa unas mujeres
vestida de blanco, un paño del mismo color que cubrían sus cabezas, y un rosario
en manos rezaban elevando plegaria por su espíritu, detrás y pegadas a la pared
se encontraban los familiares, la esposa en una mecedora y las hijas juntas a
algunas mujeres en sillas de guano.
Los visitantes fueron entrando, lo que provocó
la histeria de la esposa y algunas de las hijas, como otros familiares, un
ataque de la hija mas vieja suspendió la rezadera, quien pata para arriba fue
sostenida por tres personas, evitando que con el salto cayera y se golpeara,
llevándola a la habitación contigua, en la que habían varias sillas pegadas a
la pared, trataban de abrirle las contraídas manos, mientra una señora la
llamaba por su nombre y le pasaban por la cara un liquido de una botella con
hojas y palos a la que llamaban “friega”, esta se fue calmando bajo gemidos. Los
gritos y comentarios sobre el fallecido fueron disminuyendo, para que las voces
de las rezadoras volvieran a tomar el ritmo del inicio.
Los visitantes fueron tomando sus espacios,
unos conversaban, otros se centraron en las mesas a jugar y otros fueron a
visitar algún pariente o conocidos, los muchachos se confundieron con otros de
sus edades a jugar.
Sobre una mesa un saco de arroz estaba listo
para preparar, en otros grandes calderos un becerro picado y en otro un cerdo,
ambos sazonados para preparar el alimento de los visitantes, varias mujeres con
el cabello alborotado y la frente sudada se confundían con el humo que salían
de los ardientes fogones, estaban centradas en sus faenas.
En espacio de tiempo unas muchachas pasaban con
una bandeja repartiendo café en tacita de porcelana, unos hombres repartían
cigarrillos a los fumadores y otros mentas, a los que perseguían los muchachos.
Llegado el medio día los visitantes fueron
ubicados y llamados para que fueran a comer, en tres mesas grandes cubiertas
por los manteles de cuadros azules apagados se iban colocando platos con arroz,
habichuelas, carne de cerdo o de res, y en una ponchera de aluminio había
plátanos hervidos para el que quisiera; cada visitante fue tomando un plato,
algunos se sentaron en la mesa y otros hicieron rondas donde conversaban y
comían.
Unas latas bien brilladas sobre una mesa
contenían agua para tomar, vasos de cristal fueron colocados y un jarro de
aluminio para servir la misma.
Una hora después hubo una ronda de café,
cigarrillos y mentas, cada uno fue tomando su espacio para hacer digestión entre
conversaciones y recuentos de sus familiaridades.
La tarde caminaba lentamente, abruptamente se
escuchaban gritos cuando alguien que no pudo durante los ocho días dar el
sentido pésame a los familiares, era el sentimiento por alguien que se había
ido para físicamente no compartir jamás, solo con recuerdos de cosas
compartidas.
Llegado la cinco de la tarde las rezadoras se
pusieron de pie, con un cántico enviaban el mensaje de que las nueve horas de
plegarias por el alma del difunto había terminado, gritos y ataques se
escucharon dentro de la casa, de inmediato un grupo de hombres empezaron a
desmontar la enramada y repartir las sillas que fueron tomadas prestadas en el
pueblo, igual que los demás utensilios utilizados para el rezo. Un grupo
reducido entre familiares y allegados se juntaron para dirigirse al cementerio
a llevar las flores de despedida de los nueve días.
Los visitantes se fueron reuniendo para el
viaje de regreso, entre promesas de visitas y algunas amonestaciones por la
poca comunicación entre algunos familiares, se fueron despidiendo; algunos
muchachos conquistados para pasarse una buena temporada en el pueblo de los
visitantes, de alguna manera el progreso era mas promisorio que en ese lugar.
El vehiculo partió y el adiós de algún tal vez fue inserto en la memoria de
algunos parientes que con tristeza alzaban sus brazos para responder el adiós
donde el tiempo y el destino puedan juntarlos.
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