Por José Gómez Nin
Pocos seres humanos,
como si tratase de un camino en laberinto, repasan su vida de ayer. Treinta
años después, vuelvo a una institución que marcó en mis años mozos el
sabor del trabajo público dominicano, la idiosincrasia, la austeridad, el
conformismo; la sobriedad de la vieja y el viejo veteranos, cuya labor allí era
imprescindible. Volví, encontré esos detalles imperecederos, incluyendo las
ínfulas de los más favorecidos, los que se regodean con el poder y las
facilidades que les otorga la política partidaria.
No obstante, y aquí llega mi nostalgia, no encuentro una sola cara, un solo nombre con quien de otrora compartiera.... El hombre apenas se da cuenta, pero se va; se extinguen con la muerte los más viejos y hasta algunos no viejos; buscan mejor destino o caminan por la vida los más jóvenes, rectos o en laberintos como el suscrito, ya no tan joven, mientras las instituciones quedan...
Entre avistando gente de mi pasado, que me superan la edad, unos tras certificaciones para fines de pensión, otros, para reajustes de las mismas o detrás de una ayuda de esas que se cobran con tarjeta; apoyados muchas veces del bastón renegrido del polvo y el sudor; algún tembloroso por un mal de Parkinson intempestivo, etc., experimento los caminos de mi ayer con tristeza, no importa aún sea un privilegiado de la vida; reviso entonces más allá, cuando termina la adolescencia, y empiezo a escuchar las voces del puerto, cuando en ese aparente recto caminar, me codeo con los tentáculos de la política, rompiendo aureolas y mordiendo cadenas contra el poder de los ineptos, en ese ámbito, como en uno que otro estamento militar que también conocí; comprendo entonces que son las mismas gentes en diferentes tiempos, los mismos abusos, la misma inequidad, la misma genuflexión, las mismas ínfulas... porque la vida sigue, a veces vertical, a veces circular, en laberinto, pero, camino... y camino.
No obstante, y aquí llega mi nostalgia, no encuentro una sola cara, un solo nombre con quien de otrora compartiera.... El hombre apenas se da cuenta, pero se va; se extinguen con la muerte los más viejos y hasta algunos no viejos; buscan mejor destino o caminan por la vida los más jóvenes, rectos o en laberintos como el suscrito, ya no tan joven, mientras las instituciones quedan...
Entre avistando gente de mi pasado, que me superan la edad, unos tras certificaciones para fines de pensión, otros, para reajustes de las mismas o detrás de una ayuda de esas que se cobran con tarjeta; apoyados muchas veces del bastón renegrido del polvo y el sudor; algún tembloroso por un mal de Parkinson intempestivo, etc., experimento los caminos de mi ayer con tristeza, no importa aún sea un privilegiado de la vida; reviso entonces más allá, cuando termina la adolescencia, y empiezo a escuchar las voces del puerto, cuando en ese aparente recto caminar, me codeo con los tentáculos de la política, rompiendo aureolas y mordiendo cadenas contra el poder de los ineptos, en ese ámbito, como en uno que otro estamento militar que también conocí; comprendo entonces que son las mismas gentes en diferentes tiempos, los mismos abusos, la misma inequidad, la misma genuflexión, las mismas ínfulas... porque la vida sigue, a veces vertical, a veces circular, en laberinto, pero, camino... y camino.
Fuente: Raíces y Memorias
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