Por: Virgilio Gautreaux P.
El Sunami delincuencial y criminal que azota la República Dominicana, parece indetenible. La prensa nacional parece una verdadera crónica roja donde crecientes y novedosas formas de delinquir asombra la patria de Duarte, Sánchez y Mella. Las encuestas muestran como la delincuencia ocupa un lugar cada vez más preponderante dentro de las múltiples tribulaciones que padecemos.
Las desigualdades sociales en aumento, combinadas con el crecimiento compulsivo de barriadas miserables, así como la percepción generalizada de impunidad frente a los grandes delitos de cuello blanco y desfalcos de los fondos públicos, son los “combustibles” que alimentan las acciones delictivas en todo el territorio nacional.
La penetración global de la televisión por cable y parábola, el internet, así como el efecto demostración de exitosos y opulentos jóvenes atletas, músicos y artistas, ejerce un efecto demostración sobre centenares de miles de adolescentes que aspiran llegar a esos niveles, pero su condición social y niveles educativos, se lo impide. En adición, muchos de ellos tampoco quieren “fajarse”. Películas donde permanentemente se presentan como héroes bandidos y peligrosos criminales, también aporta su cuota.
Otro elemento relevante es que muchos de los delincuentes-actuando como el mejor de los Economistas-hacen un cálculo COSTO-BENEFICIO, al momento de realizar sus fechorías. Si perciben que no serán duramente castigados, seguirán en sus andanzas, a la vez que se irán involucrando en hechos cada vez más violentos. Una justicia laxa y permisiva, junto a ciertas facilidades dentro de las cárceles, provocan que se diluyan los temores de los castigos al ser detenidos. Una batería de abogados, familiares, cónyuges y amigos cómplices, sale inmediatamente en apoyo de los delincuentes, reforzando sus ideas de que saldrán impunes de sus delitos, sin importar su gravedad.
La población dominicana asume grandes costos desviando recursos para protegerse de la delincuencia y la criminalidad. Montos millonarios destina el Estado Dominicano para mantener grandes contingentes policiales, solventar el poder judicial y decenas de cárceles atiborradas de antisociales. Hospitales y policlínicas en todo el territorio nacional, reciben de manera permanente víctimas de los asaltantes o heridos en los combates que escenifican los integrantes de bandas rivales.
Muchas provincias violentas están pasando a una especie de “lista negra”. Lo mismo pasa con centenares de barriadas a nivel nacional, las cuales las personas evitan transitar, incluso de día. Los negocios de estos lugares, ver mermar sus ventas, pues pocos se atreven a salir desde que anochece.
Son también relevantes los llamados costos psicológicos que asumen las víctimas al ser asaltadas violentamente, heridas o violadas. Estos pesares de la familia dominicana aumentan cuando es asesinada una persona al ser atracada. La tensión de miles de personas refugiadas tras las rejas de sus viviendas, es un drama que padece hoy nuestra nación.
El resultado de todo este entramado, es lo que el sociólogo polaco ZYGMUNT BAUMAN llama “sociedad líquida”, es decir, que no mantiene por mucho tiempo la misma forma, definiendo nuestras vidas en un ambiente precario y de incertidumbre permanente. Se pasa de una sociedad e instituciones “sólidas”, a un ambiente flexible y voluble, donde las estructuras sociales ya no perduran en el tiempo para solidificarse y no sirven de marco de referencia para la acción humana. Por eso percibimos que demasiadas reformas y leyes nuevas, en lugar de mejorar “el viejo orden”, lo han empeorado. Muchos creen que hoy es más fácil salir de la cárcel, que entrar a ella.
Nuestra Barahona-al igual que gran parte del país-es azotada por la delincuencia y el crimen. La población asume cuantiosos gastos en un intento de preservar sus escasos bienes adquiridos a través de largos años de trabajo y sacrificios. La colocación de rejas, altas verjas, contratación de compañías de seguridad, alarmas y otros dispositivos, no parecen detener los pillos cada vez más audaces. En los campos, aumenta el robo de productos en las fincas, frustrando aún más agricultores endeudados que deben además luchar contra los elementos de la naturaleza.
La delincuencia desenfrenada y el irrespeto a la ley, afecta sensiblemente nuestra imagen como destino recreativo, afectando potenciales flujos de inversión nacional y extranjera. Nadie aventura millonarios capitales en lugares riesgosos donde la seguridad de los clientes sea precaria.
Este clima enrarecido, debe ser enfrentado con firmeza. Yorik Piña de manera brillante ha trazado pautas que deben implementarse.
Las causas y consecuencias de la delincuencia, las sabemos todos. Lo importante ahora, es plantear cómo prevenirla desde la niñez, pasando por los adolescentes y adultos. Nuestras escuelas, iglesias, clubes, partidos y otras formas de organización de la sociedad barahonera, tienen que asumir este reto.
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