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sábado, 31 de marzo de 2012

EN DEFENSA DEL PADRE MANUEL HIDALGO Y EL TRABAJO SOCIAL DE LA DIOCESIS DE BARAHONA. III

En la zona de los bateyes se han aplicado químicos (herbicidas) por parte empleados subalternos del CAC que han afectado pequeñas producciones agrícolas de gente humilde que no tienen capacidad para conseguir un trabajo ni en el Consorcio Azucarero Central ni en otra parte, y que vive y depende de sus diminutas cosechas.

Pero también es cierto que ese mismo CAC ha apoyado a algunas asociaciones parceleras de la zona, ha desarrollado programas de salud comunitario, y en muchas otras áreas en las cuales sus intervenciones sociales y comunitarias son transcendentales, aplaudibles y loables. 



Pero lo digo con todo el respeto hacia los amigos del CAC, pero pudieran hasta construirle a los braceros inmuebles tipos residenciales con las mejores técnicas de ingeniería, pero con mucho lamento esto en nada se ha revertido de manera fehaciente en la mejora de la calidad de vida y la situación latente que viven estos trabajadores que, como todos sabemos, están en el corazón de los cañaverales teniendo como acompañantes a sus mochas, machetes, lima, un galón de agua; desde que entra la mañana, durante la rebeldía y furia del sol hasta su puesta. Sin caña no hay azúcar y sin braceros tampoco, aun cuando se quiera tecnificar y modernizar el proceso.

Hasta no hace mucho había braceros que dormían en el suelo o sobre los alambres dulces que con aspecto de tejido servían de soporte a las camillas que adornan sus dormitorios, en los distintos barracones en la Zona Cañera. Que muchas de esas mal llamadas habitaciones no contaban con la más mínima condición de higiene y salubridad. Que no había bombillas ni tendido eléctrico en su interior. Que los braceros no tenían sanitarios ni letrinas a su disposición. Que los braceros dormían apiñados como sardinas y en situación de total hacinamiento.


Que muchas de las puertas o el techo zinc estaban ausentes o en condiciones críticas. Que cada quincena cobraban una miseria que no les alcanzaba para suplir sus necesidades más básicas y perentorias.



 Que se veían forzados a integrarse simultáneamente en hora de la tardecita a trabajos agrícolas de limpieza de platanales, etc., para recompensar la situación. Y que eran golpeados, abusados física y salvajemente por capataces y “contratistas” cuando éstos de forma abierta ejercían de manera tímida la defensa de sus salarios e intereses, y, además, que muchos de ellos fueron víctimas de saqueos, fraudes y estafas por parte algunos pagadores. 




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